martes, 10 de enero de 2012

Pensamos, hacemos y deshacemos. Hablamos continuamente, callamos.
Nos adaptamos constantemente, somos infinitivos y pasamos de un segundo al otro a pretérito imperfecto.
El problema es cuando no nos adaptamos, cuando desafiamos a la teoría de Darwin.
Nos autodestruímos una y otra vez.
Vemos cómo nos cambían sin remordimiento, vemos cómo todos se mueren, vemos cómo nos quedamos en la soledad.
No podemos hacer nada, simplemente alejarnos más y más de eso que tanto nos duele.
Esos pensamientos horribles, indescriptibles.
Ese deseo de que a la persona que nos lastima sin dolor le pase exactamente lo mismo.
Esa paz de saber con absoluta certeza que uno va a recibir todo de una manera u otra.
Pero lo único que me cuesta entender tanto, es que si todos sabemos que todo vuelve, por qué le hacemos el mal a la otra persona.
Se supone que todo vuelve, que el maltrato va a volvernos.
Entonces, teóricamente todos tendríamos que tratarnos bien para recibir el bien.
Sólo queremos nuestro ojo por ojo, diente por diente, mano por mano, pie por pie.
Cuando lo único que hacemos, es autodestruirnos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario