jueves, 25 de agosto de 2011

Es como esas veces que decides apostar todo a un número sabiendo que tienes las de perder. Que la adrenalina recorre todo tu cuerpo, que parece que te va la vida en ese número y si no sale tal cifra, te derrumbas completamente; como el muro de Berlín en 1989. O como esas veces, que te lanzas al centro del escenario, donde apuntan todos los focos, donde tu respiración alcanza el máximo ritmo posible. Donde el público mira expectante, y todo depende de la capacidad que tengas para reaccionar y empezar a mover tu cuerpo cuando la música empieza a sonar. O como esa veces, en las que tu equipo de baloncesto se juega pasar a la final y a penas quedan escasos segundos para la derrota y en el los dos últimos segundos consiguen la victoria con una canasta. Esa tensión que se vive en la cancha, y tanta casi en la grada.
Pero luego, con el transcurso del tiempo, te das cuenta de que apostar todo lo que tienes a ese número ha merecido la pena, porque te has llevado el mayor premio posible. Que reaccionar en el escenario en el segundo exacto ha conllevado a que todo el mundo se haya levantado a aplaudir tu esfuerzo y trabajo. Que esa tensión en los últimos segundos han terminado en alegría absoluta, orgullo, sentimiento. Siempre es bueno arriesgar, yo arriesgué, y todo mi mundo gira ahora mismo alrededor de un número, de un movimiento, de unos segundos... 25 de mayo de 2010, un beso, y una despedida corta, abierta a un encuentro larguísimo.

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